domingo, 9 de mayo de 2010

El Prisionero



En diciembre viajé al Vietnam y de lo que oí y lo que m'explicaron nació esta narración. Su historia nos muestra la dualidad que tienen las personas, los países y todas las cosas.







En el gran espacio que en el futuro se convertiría en la plaza de Ho Chi Min, en la ciudad de “Han Noi”, y en donde, décadas posteriores, se levantaría el descomunal mausoleo a la muerte del líder comunista que llevó a la victoria a su país contra el estado mas poderoso del mundo, el vietnamita Ho Chi Min, vi que habían instalado una pequeña celda a modo de prisión abierta al público. Dentro se podía percibir a un prisionero vietnamita, expuesto para que el pueblo lo viera. Éste llevaba una argolla en el tobillo, y la cadena, qué le seguía, estaba amarrada a la pared como señal de advertencia al ciudadano de qué quien hiciese un acto delictivo como aquél, tuviese la seguridad que lo pagaría muy caro.
El hombre, delgaducho, con la ropa hecha jirones y completamente abatido, estaba sentado en el suelo cabizbajo, dejando pasar el tiempo. Mantener la mente en blanco le ayudaba a resistir con resignación esta situación tan humillante.
Me acerqué. Conocía aquel hombre frágil como un adolescente. Lo conocía de otro tiempo, de un tiempo de angustia y de terrible agonía de su pueblo, hasta que pudo dar la vuelta a una lucha que parecía perdida y, de la que salió victorioso a cambio de tres millones y medio de víctimas de guerra, y de más de medio millón de niños afectados con serios defectos de nacimiento; también con miles de incapacitados, con enfermedades degenerativas, de las generaciones futuras hasta nuestros días.
La excusa del poderoso fue la de defender al pueblo vietnamita de la amenaza comunista del norte. Así que, lo invadió y aprovecho para probar armas químicas prohibidas como: el gas mostaza que producía ampollas por la quemadura del gas; un agente incapacitante, el BZ, que provocaba confusión, efectos alucinógenos en una locura que les podía durar de 72 a 96 horas sin saber quienes eran y temiendo ser muertos por sus propios camaradas que no reconocían. También experimentaron con armas nuevas que destruían todo lo que encontraban en su campo de acción sin respetar a niños ni al resto de la población civil. Eran las bombas mortíferas de Willy Pete o Peter, tal y como, en la jerga militar, se las conocía a las bombas de fósforo blanco. Éstas no se contentaban con quemar la piel superficialmente, sino que su afinidad por la absorción del fósforo del cuerpo, hacía que en contacto con la piel, fuera penetrando en los tejidos profundos sin detener su efecto corrosivo, pudiendo llegar hasta los huesos y los órganos internos como el corazón, hígado y riñón, en quemaduras gravísimas de 3º grado. Tampoco se podía evitar su efecto aunque estuvieses bajo techo, ya que el fósforo se transmite después de la explosión por el aire como el de un aerosol. Usaron también otros ingenios letales como el agente azul, blanco y el naranja que afectaría a la población durante generaciones por la contaminación que produjo en las aguas, vegetales y animales; hoy, en una tercera y cuarta generación aún nacen bebés con deformidades físicas aberrantes, otros con parálisis cerebral y aún, un sin fin de otras alteraciones neurofisiológicas. Afectaban tanto al ser humano como a la naturaleza. Este gas era lanzado desde aviones sobre la espesa selva para eliminar la cubierta vegetal y dejar al descubierto las guaridas de los guerrilleros. Grandes extensiones de la espesa jungla eran arrasadas junto a los poblados diseminados en su interior. Éstos no empezarían a recuperarse hasta pasados cincuenta años, por lo menos.
Con anterioridad a aquella guerra, yo vivía en un “Han Noi” pacífico y amable, y fue allí donde lo conocí.
El recuerdo de aquella época se me hizo presente, tan pronto lo vi, como si no hubiese pasado el tiempo y, acercándome a las rejas, lo saludé en su idioma. Se quedó más inmóvil de lo que estaba y con la lentitud de quien tiene todo el tiempo del mundo, me dirigió su mirada con la sorpresa de quien te reconoce antes por la voz que por la imagen. Con los ojos vidriosos y la cabeza ladeada, me interrogaba con un silencio respetuoso y a la vez tristemente interesado.
Sí, le contesté a su silencio, soy yo, tu vecino, el Ho Lao de antes de la guerra. Me sonrió al recordarlo, y es que Ho Lao, significa, gracias en vietnamita; era la única palabra que conocía cuando llegué a “Ha Noi” y la repetía hasta la saciedad sin ningún sentido. Fue así, que me bautizaron, con su humor tan irónico, como “Ho Lao” (gracias).
Apenado, pensé en aquellos años de conflicto bélico que no entendía ni quería entender. Que me negué a combatir contra ellos, que los ayudé en lo que pude como esconder a sus mujeres y a sus niños de la lujuria yanqui. Yo, sólo era un invitado en su país, respetaba su cultura, la diversidad de su gente, la manera de pensar y de vivir la vida social y religiosa.
Han Noi no era lo grande que es ahora y las incursiones del enemigo bombardeando la ciudad, hacía que nadie encontrara refugio seguro en ningún sitio que no fuese marchar fuera de la misma. Un largo éxodo salió hacia las grutas de Ha Long Bay, sobres las aguas transparentes (ahora eternamente marrones), escondidas entre un centenar de peñas inexpugnables salidas de la bruma del mar y qué conforman la bahía. ¡Si recorrí de veces aquel camino! Allí, ningún enemigo se atrevió a hacer ni la más mínima incursión por el peligro de ser sorprendidos desde las cimas fantasmagóricas o por miedo a perderse en su laberinto inexpugnable.
Otra columna se dirigió a las montañas de Tam Coc donde sólo se podía acceder a través del río; quien dominara el río, dominaría las montañas y con ellas las miles de grutas ocupadas por los vietnamitas mas débiles junto a mujeres y niños. Los guerrilleros conocían palmo a palmo este territorio y por tanto, podían defenderlo apareciendo de improvisto, cayendo mortalmente sobre los invasores, que no podían hacer otra cosa que perder la vida. La guerra de guerrillas les llevó a la victoria.
Han pasado diez largos años _le dije como si hubiese seguido la trayectoria de mis pensamientos_ desde el final de la tragedia que dejó a vuestro pueblo asolado, sin apenas ningún hombre mayor de 45 años. Y generosos como sois, con vuestra voluntariosa filosofía de vida, no guardáis ningún rencor contra quien os infringió un castigo tan terrible por el sólo hecho de pensar y querer organizarse socialmente, diferente.
¿Como consiguieron _pensé_ levantar en armas a este pueblo pacífico, amable e indulgente como niños, con una larga tradición hospitalaria y de armónica convivencia con sus vecinos?
- Tan sólo la acción directa y violenta contra vuestro pueblo, _continué resentido por lo acaecido_ pudo hacer brotar de vuestro interior el instinto conservador; os defendisteis con el coraje de un gigante con físico de jovencito.
Sonrió con una mueca de aprobación.
- Hola amigo, _le dije con la perplejidad que da encontrarse con acontecimientos que creíste lejanos_ no diste señales de vida, te creí perdido. Añorado y querido Thang, ¿qué no has de haber vivido para verte tan abatido!
Las lágrimas, con profusión ahora, afloraban a aquellos ojos que tan sólo unos años atrás, brillaban siempre sonrientes, atentos y amables. Ahora eran una mueca de dolor, amarados de una pena inmensa. No hacían falta las palabras para comunicarme diez años de una eterna agonía. Se sintió tremendamente abocado a la soledad y a la tristeza por no haber podido estar al lado de su esposa, embarazada de su primer hijo, en el momento presumible de su muerte; así, ésta como el resto de su familia murió en las montañas, mientras él luchaba en la jungla. Yo también lo había considerado perdido como, tristemente, demasiados jóvenes de su edad aún adolescentes.
- No, no hace falta que me digas nada amigo; el destino ha hecho que nuestras vidas se vuelvan a cruzar. Tú pena es mí pena, tú pérdida también es mí pérdida, pero esta tarde volveré con algo que devolverá el brillo a tus ojos. Espérame amigo, vuelvo tan pronto como me lo permitan estas piernas anquilosadas por las heridas de metralla.
Y me fui de allí casi corriendo sin girarme.
Apenas comenzada la tarde, haciéndome paso entre la multitud que rodeaban la celda, me planté delante suyo. En el aire planeaba la sombra de un respetuoso silencio que lo acompañaba en aquellos críticos momentos. Su delito había sido el tráfico de opio a los turistas americanos. Estaba a la vista de todo el mundo para servir de escarmiento público.
El pueblo, mutilado en una tercera parte en aquella interminable guerra, se había empobrecido y “entristecido” a la vez, así miraba de ganarse unos dongs (moneda vietnamita con el rostro de su líder comunista Ho Chi Min) que le permitiese comprar alimentos básicos pero escasos en la posguerra. El gobierno quería erradicar aquella costumbre con un castigo ejemplar y dar así, una visión al mundo de rectitud y de colaboración contra la droga. A cambio, recibiría ayudas económicas compensatorias de quien había provocado aquella masacre.
Le encontré expectante, ignorando a la multitud que cada momento era más numerosa a su alrededor, como si presintiera que la sorpresa que le preservaba, lo salvaría de su estado de abandonada desolación.
- Thang, hayas hecho lo que hayas hecho, no eres culpable del momento histórico que te han hecho vivir.
Y agarrando al pequeño, que me acompañaba desde que había nacido, lo alcé para que pudiera conocer a su padre.
El niño, enterado tristemente de lo que acontecía, se enderezó cogiéndose a los barrotes de la celda, mientras su padre se alzaba de sopetón alargando los brazos hacia quien había creído muerto junto a su madre al término de la guerra. La frenada de su impulso por la argolla que atenazaba su tobillo, lo hizo caer al suelo. Se levantó al instante como impulsado por un resorte.
- Mí muy amado hijo, _murmuró casi sin aliento_ tienes los ojos de tu madre. Te quiero, a pesar de no haberte conocido hasta hoy, pero ya te conocía en mi pensamiento de tanto como te había imaginado, deseándote. Ahora no podré estar contigo, pero te aseguro que allá donde tengo que ir, te esperaré junto a tu madre. Así como ella se avanzó para señalarme el camino entre las cumbres de Ha Low Bay, yo también te lo mostraré cuando sea tu hora; en un día muy lejano.

Fue en aquel preciso momento que los guardias entraron en la celda para llevarlo a la ejecución fatídica, que el padre se despedía con un ilusionado y a la vez melancólico “hasta pronto hijo” y el niño lo hacía con un “no te olvidaré papa”.

Can Riera
Primavera Abril de 2010




1 comentario:

  1. Ah! aquest ja me l'havies deixa't llegir! :D És un escrit molt emotiu, inclús podria ser una part d'una narració més llarga. t'animo a escriure més ;)

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