lunes, 23 de mayo de 2011

Manhattan

MANHATTAN

Vengo de un país rico y mientras sobrevuelo a Nueva York, los diferentes barrios me hablan de los diferentes tipos de ciudadanos que la habitan. Los califico en cuatro clases sociales: los acomodados altos, los acomodados, los que van tirando, y no los que no pueden más. De todos ellos, me atraen los acomodados altos. Quiero disfrutar de las comodidades, la cultura, el entorno...
Quiero quedarme en la isla de Manhattan, entre los tres ríos. Escojo la casa y la mujer con quien quiero estar.
Se llama Virginia; una pelirroja de aquéllas con puntitos ocres en la cara que tanto me gustan. Dulce, afectiva, tan terriblemente inteligente como testaruda. Trabaja de subdirector en una de las miles de oficinas de la ciudad.
En la fiesta de fin de año de la empresa, pasa alguna cosa con su director. Virginia quita importancia a aquel rollete.
Su trabajo a primeros de año, es trepidante. Aparte de las fiestas, celebraciones, exposiciones, teatro vanguardista, tiene que hacer balances y estudios del año agotado. Planificar gastos y estudios de mercado para el año entrante, previsión de fondos, y todo, con el visto bueno de su jefe: joven, agresivo, interesante director, y padre de familia.
Cuando este vértigo ceda, nos espera un gran futuro juntos, y me presentaré a sus padres.
Hoy, en la visita a su ginecólogo, la sorprende diciéndole qué está embarazada de tres meses. Las escasas menstruaciones, eran en realidad pérdidas a causa del estrés.
Virginia, piensa en la fiesta de fin de año y su joven, agresivo e interesante director.
Sus padres, demócratas tradicionales, orgullosos de su status social, se han acompañado siempre de su hija, presentándola y luciéndola en la alta sociedad nuevayorquina. Al enterarse ahora de su embarazo y que el padre es un hombre casado, pierden la cabeza delante de la vergonzosa barriga que ya se le entrevé. En un arrebato, su padre marcha, como perseguido por los demonios, con su Porshe seguido de su mujer. Virginia se queda sola en el fabuloso ático, desconcertada.
La policía golpea la puerta, sacándola de su abstracción, para comunicarle el accidente de tráfico de sus padres. Han muerto al salirse de la carretera. Nos sentimos desconcertados, aturdidos. No la puedo consolar.
En el entierro, le dice a su jefe que está en estado de buena esperanza y que él es el padre.
La reacción del joven no se hace esperar. Le ordena que se traslade, en un mes, a la oficina de España. No se lo puede creer y yo tampoco, pero es por razones diferentes. Por mi parte significa regresar a donde no quiero volver.
El traslado es un pretexto para separarla de él, lo sabe bien. Ella no querrá nunca huir de su Manhattan, de sus amigos y de su lado... Así que, en un arrebato, deja el trabajo.
Estos acontecimientos me han dejado abatido, confundido. No sé como seguir con ella. Me encuentro mal.
A los pocos meses, se da cuenta que las cuentas bancarias de sus padres no están saneadas. El yate, el súper ático delante del Central Parc, cerca de la sexta avenida, la casa de Florida, el Porshe y uno largo etcétera, están muy hipotecados. Casi sin darse cuenta de ello, no le queda ni la casa en dónde vivir. Entonces descubre que tampoco le quedan amigos, o es que nunca los tuvo de verdad. Tan sólo le quedo yo. Lo tengo decidido, si me quiere no le fallaré.
La veo desnutrida, le duele la barriga y aun no está a término. Casi no llega al "Sant Elísseus Benéfic Hospital". No se creen que no pueda permitirse un hospital privado. Su vestido elegante de diseño la traiciona y en consecuencia la echan fuera por tratarse de un lugar de atención a los más necesitados.
El daño que siente se le hace insoportable y se sienta en una callejuela. Una mujer se le acerca.
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Cuando abro los ojos, la penumbra de la calle, la pestilencia del alcantarillado y de la sangre, es todo lo que veo y siento. No era así como había planificado mi nacimiento y me doy cuenta, que la realidad del ser, no se puede planificar.

Albert Torrell


miércoles, 27 de abril de 2011

Kumily












Kumily





Salía de casa con un destino nada lúdico. La lista de la compra. Desde hacía un par de años, mi vida había cambiado; me pasaba en casa la mayoría de los días de la semana, salvo las guardias que me tocaban (de una a tres por semana) en el ambulatorio.


Alguien me decía que tenía que arrimar el hombro en la casa. Yo ya ordenaba, limpiaba la cocina entre otras minucias, pero no debía de ser suficiente. ¡Cómo ha cambiado la sociedad!


Mientras me dirigía al “Dia”, el super del barrio, observé un joven muy alto de piel bruna, hurgando en los cubos de basura. No estaba tostado por el sol, si no que parecía ser de la India, de una casta provinente del mediterráneo. Su parecido con nosotros era un calco.


Al salir de la compra con las bolsas llenas, el joven se cruzó en mí camino y al fijarse en ellas se paró en seco.



- Perdona, _inició en un castellano aceptable_ ¿has estado en Kumily? _preguntó señalando una de las bolsas.


- Sí, hace un año _le respondí y, no tan sorprendido ya que una de las bolsas se podía leer: Selection textiles. Kumily – Thekkady, le pregunté: ¿Eres de la India?


- Sí, soy de Kumily. _afirmó mirándome a los ojos con tristeza y meneando la cabeza a derecha e izquierda.




Comprendí que el joven estaba pasando penurias por su aspecto tan demacrado y probablemente añoraba a los suyos. Debía de sentir el peso en su alma de haber hecho una ida sin retorno.



- Cuando estuve en Kumily, todo el mundo se portó extremadamente amables conmigo y con mi hija, _le comenté sinceramente_ ¿te apetece comer conmigo y hablamos de la India?


- No sé si… _empezó a decirme_


- Te invito, _le interrumpí_ no se hable más!





En la casa le enseñé la ubicación del lavabo, cercano al comedor, donde podía lavarse las manos antes de comer como es su tradición, y le invité a la cocina donde estaba preparando un cocido.


Sacando una bolsa de doce especies traídas de Kumily (Cardamon, turmevil, lime, caran masala, ginger, cumin, chile, pimient… según rezan las etiquetas) se las mostré. Sus ojos se iluminaron y empezó a sonreír.




- ¿Y eso? _me preguntó con las manos abiertas mostrando las diferentes especies.


- Fue un regalo de mi hija a mi mujer, que le gusta mucho cocinar, junto con un librito de cocina India. _le expliqué.





Muy hábilmente, escogió seis especies y las fue agregando a medida que el cocido se iba haciendo. El aroma era increíble!


Durante la comida me explicó como llegó a España, como sobrevivió trabajando en las obras, y como ahora despedido y sin papeles, no encontraba ningún trabajo. Vivía hacinado en un piso patera de los Marinales y muchos días solo hacía una comida al día con un poco de suerte. Allí_ siguió explicándome_ todos estamos sin trabajo y algunos sin papeles, como yo.



- ¿Que pasó que emigraste a España? _me interesé en la sobremesa.


- Mi familia tiene tierras, _explicó mirando con melancolía a través de mí_ Trabajaba con mi familia (mis abuelos, mis padres y mis diez hermanos menores) el campo, pero cada año daban menos ganancias ya que los fertilizantes americanos que usábamos, hizo que los primeros años recogiéramos tres cosechas, pero después la tierra humillada nos negó sus frutos; año tras año se volvió la tierra salobre, y cuando partí, en la mitad de ellos no crece nada. _Se revolvió en el sofá y siguió_ Mi padre enfermó de cansancio y de pena y murió en dos años. Mis abuelos eran demasiado viejos y gastados de trabajar duro toda su vida como para trabajarlos y decidieron que yo era la esperanza de mi casa. Reunieron todas las rupias que tenían y me enviaron a España (tenían información de que se podía encontrar trabajo fácilmente).



Se quedó callado, pensativo y sus ojos se humedecieron con el recuerdo y tal vez con su sentimiento de fracaso.




- ¿Y tu madre? _me atreví a preguntarle.


- Mi madre hace años contrajo el Dengue _respondió sin timbre en la voz a punto de quebrarse_ estuvo muy enferma, más de un año. Mi abuela la trató con novi (la fruta del diablo, parecida a una mora gigante de color amarillo muy claro) y con mangifera (fruto parecido al mango); los dos para hacer bajar la fiebre y otras plantas medicinales, pero el Dengue pudo más y la dejó muy débil sentada en una silla; nunca más pudo volver al campo y su eterna sonrisa se esfumó.





Nos quedamos los dos en un triste silencio, mirando a través del ventanal por encima de sus tejados, el horizonte que empezaba a teñirse de ocre.


Rompí el silencio, apoyando mi mano sobre su pierna, diciéndole: quizás pueda hacer alguna cosa por ti.




- ¿Te gustaría estudiar cultivos ecológicos, volver a tu país con un tractor y cultivar tus tierras sin fertilizantes que no sean los naturales?


- Esto no es posible. _respondió ladeando continuamente la cabeza a la izquierda con una seriedad extrema.


- Pero, ¿te gustaría? _añadí con seguridad.


- Sí, _empezó moviendo constantemente la cabeza a derecha e izquierda.


- Mi excuñado de Bellbis, en Lérida, podrían darte cobijo y comida por un tiempo. Trabajarías en sus campos y ganarías el sueldo que tuviera estipulado, mientras, alternarías este trabajo con los estudios en una escuela ecológica cerca de su pueblo. _le expuse, sin entrar en el detalle de que todo iría a mi cargo_ Allí aprenderías a cultivar sin fertilizantes. Jordi te ayudarían a escoger un tractor de 2ª o 3ª mano, si es que él no tuviese para venderte, el que reuniese las condiciones que mejor te pudiera ayudar a labrar tus campos. Yo te lo pagaría y, podrías tomarlo como un préstamo y también como una inversión en tus tierras; aunque no tienes la obligación de devolvérmelo. Tan sólo te pediría poder acompañarte para conocer a tu familia de Kumily.




No replicó, tan sólo se quedó meneando la cabeza a derecha e izquierda en señal de asentimiento acompañado de un brillo radiante en sus ojos y por fin apareció la sonrisa sincera que siempre vi en sus caras durante mi estancia en la India.







Albert Torrell



Sabadell, Abril 2011